La fatalidad detrás del error: de los bacanales a la Última Cena, 1900 años de distancia

Pensadero

Por Héctor González Amador.

Estamos, probablemente, en uno de los momentos de mayor tensión del siglo, enfrentamientos en prácticamente todas las regiones del mundo, discriminación, segregación, racismo y el sendero se ve de lejos: la polarización que ya antes provocó los más grandes desastres que vio la humanidad.

Una de mis mayores preocupaciones es cómo los conflictos que de niño leí en mis clases de historia hoy se ven venir de nuevo, idéntico. ¿Dónde va a empezar el desastre?, ¿cuándo?

Todos estos conflictos que cobraron millones de vidas, separaron a familias y arruinaron a regiones enteras estuvieron, como están ahora, alimentados por profundos rencores, que a su vez germinaron en mentes empobrecidas, no me malinterpretes, por favor, nada tiene que ver la economía aquí.

Y por absurdo que parezca, en la era digital, no es la información la que se impone, cuanta más hay, mejores fuentes urgen. Por eso el resbalón de millones el fin de semana tras la polémica inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024. Como vendaval se dejaron ir los grupos católicos contra una representación artística en la ceremonia, de la que los griegos estarían orgullosos, por lo provocadora que resultó.

Deja de lado que fue hecha por drag queens; a menos que no puedas, valdría la pena hacer el ejercicio. El performance “Festividad” que tenía como figura central a un personaje de piel azul, ostentoso y desmadroso en nada se parece a Jesús el nazareno, en nada el resto de personajes al rededor a sus apóstoles. ¿Se parece a un cuadro renacentista?, la inferencia es casi automática para los millones que en el comedor tienen una interpretación de La Última Cena, del pintor italiano Leonardo Da Vinci, homosexual — según Freud— .

¡Vaya bochorno!, sí, el Comité Olímpico Internacional de disculpó con la población católica mundial, con los ofendidos, por buena ondita, a decir verdad. Ya el director artístico del evento, Thomas Jolly, explicó que su escena en realidad fue la interpretación de un bacanal, una fiesta dedicada a Dionisio, el dios griego de la fiesta, del vino y el éxtasis; nada tenía que ver con el episodio de La Última Cena, el error de interpretación fue, nada más, de mil 900 años. Dionisio fue antes, pues.

Durante los bacanales, los participantes a menudo se disfrazaban con máscaras y vestimentas coloridas, y realizaban rituales y sacrificios en su honor. Estas celebraciones también eran conocidas por su atmósfera de alegría y abandono, donde los participantes podían liberarse de las restricciones sociales y dejar fluir sus emociones. ¡Aberración!

El autor quiso representar los valores de la República, “Quería una ceremonia que uniera a la gente, que reconciliara, pero también que afirmara nuestros valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. Tengo la impresión de flotar en una nube de tolerancia, amor y alegría compartida. Ese era el objetivo de la ceremonia”.

Estos, por increíble que parezca, pueden ser los errores que nos enfrentan y distancian. Ya Umberto Eco nos explicó lo fundamental del contexto en la interpretación de los signos. Si bien, la idea de que el numerito se burló de los católicos puede ser automática y tiene su justificación en la ideología cristiana, es inteligente detenernos, revisar el texto en su contexto y pensar, como circula en las redes, que los juegos olímpicos son eso: antiguos y griegos.