Cocodrilo Astronauta por Daviel Reyes
Llevaba Ferrer cinco minutos mirando la pared llena de color, sombras y matices. Desde la acera de enfrente contemplaba el mural recién pintado por Sergio Elefante. Sintió una gota de sudor escurrirle por la nuca. Hacía calor. El mediodía, pensó, es la peor hora para caminar por esta jodida ciudad. Se encontraba sobre la calle Hidalgo, había acordado reunirse con Rey en el bar La Moderna para tomar una cerveza y charlar sobre los avances de su investigación en el caso Melchor Peredo. No hay mucho que decirle, reía el subconsciente, pero chance lo convences de darte más tiempo. El azul del cielo era intenso, presagiando más calor veraniego. Sintió urgencia por un trago de cerveza. Algo en el mural llamó su atención y decidió acercarse, cruzando la calle sin mirar al costado. La técnica de Elefante le resultaba fascinante: trazos muy limpios, firmes, colores fundidos entre sí, con tonos que se sobreponían uno encima del otro, matices que iban del verde al rosa intenso, pensando por el amarillo y el morado. Se acuclilló el periodista para contemplar la obra desde abajo. Era una pintura hipernaturalista y sumamente interesante, llena de vida. ¿Son helechos o corazones?, preguntó el subconsciente verdaderamente intrigado. Qué importa, reflexionó Ferrer, ¡es alucinante!
Rey llegó jadeando, aflojando el nudo de su corbata, se veía agitado y el sudor escurría por su frente. ¿Llevas mucho tiempo esperando?, preguntó con apariencia de haber perdido la noción del tiempo. Como media hora, estaba apunto de irme, respondió Ferrer sin moverse ni dejar de mirar la pared. No seas mentiroso, cabrón, arguyó el otro mirando su reloj, solo me retrasé siete minutos. Llegué antes, sé que valoras la puntualidad. Ajá, que te lo crea tu madre. No te miento, mi Rey. Claro que mientes, tú no has dicho ni una verdad en toda tu vida. Se incorporó el periodista en silencio, ambos hombres se miraron un segundo. Intercambiaron un abrazo y un beso en la mejilla. Entraron en el bar, tomaron asiento en la terraza y pidieron una caguama de Corona.
¿Has visto el mural de la entrada? Sí, lo he visto desde hace unos días, cuando camino por aquí, la verdad no entiendo nada. ¿Qué no entiendes?, enarcaba Ferrer las cejas, desconcertado. Rey dio un largo trago a su cerveza; pues son plantas, son plantas pintadas en una pared. Así es, repuso el otro, pero esas plantas le dan vida a la muro; ahora, cuando pasas por la calle, no ves una pila de ladrillos grises, ves vida, hay vibraciones, pareciera latir, el espacio urbano cobra una temperatura distinta, se vuelve natural. Pues la verdad no entiendo para nada el estilo del artista. Rey siempre había disfrutado hablar de arte y, a veces, adoptaba posturas polémicas a propósito. Puedes preguntarle tú mismo por su estilo, dijo Ferrer mientras levantaba la mano y saludaba a la distancia, ahí está.
Sergio Elefante, joven artista xalapeño y autor de la renovación estética de los muros de La Moderna, estaba trabajando en una de las barras del bar. Hizo una pausa, se limpió la pintura de las manos, se acercó a la mesa y saludó. Realizó Ferrer las presentaciones correspondientes y pidió a la camarera un vaso extra. Día caluroso y cerveza helada, pensó, excelente combinación para hablar de arte. Estábamos charlando sobre el mural, te rifaste, es una locura. Muchas gracias, acusaba Elefante una modesta sonrisa, pues la idea era embellecer el espacio, los espacios siempre han sido muy importantes para mí, son mi estímulo creativo, por eso Xalapa es una de mis principales inspiraciones. Y vaya que lo lograste, intervenía Rey y la conversación se volvía una carambola de tres bandas, ¿pero por qué pintar plantas, qué querías comunicar? Siempre me ha interesado mucho lo natural, lo espontáneo, todo lo que cabe en un detalle. Y, además, le hiciste un favor a la ciudad, Ferrer volvía a tomar la palabra, la calle es mejor, nuestro contexto es mejor. Se vale hacer trampa para observar el mundo, respondió el artista, nuestras miradas van a voltear hacia lo que más nos llame la atención, es por eso que siempre busco composiciones como esta, si tenemos una ciudad mejor todos seremos mejores.
La mesera puso sobre la mesa una nueva caguama y un tazón con cacahuates. Rey continuó con la conversación. ¿Cómo definirías tu estilo, cuál dirías que es la corriente con la que más te identificas? Definitivamente con ninguna, la sonrisa de Elefante era grande y honesta, creo que hacerle mucho caso a las escuelas te obliga a ser como un patrón de artista, y así ya todos salen con la misma técnica; creo que es mucho más limitado o menos rico que si los artistas crean su estilo por su cuenta, creo que el estilo fue el que dio conmigo. Lo que más destaca en tu obra es el color, intentaba Ferrer no declararse fan. De hecho he tenido bastante críticas por mi uso de colores, por mi paleta de colores, y no es que no quiera hacerles caso, pero no me imagino otra forma de hacer mi trabajo. Las respuestas de Elefante eran francas, sin ninguna pretensión, no buscaba agradar a sus interlocutores y tampoco parecía tener nada que demostrar. Si eso fuera pues trabajaría las fórmulas probadas en el arte contemporáneo, no se trata de complacencias, se trata de hacer lo que uno siente. Hizo el joven artista una pausa, dio un trago a su cerveza y volteó a mirar la barra, contempló el trabajo que parecía llamarle. Rey, que era un hombre perspicaz y excelente entrevistador intuyó que les quedaba poco tiempo y decidió acaparar la última pregunta. Entonces, si pudieras decirlo en una frase, ¿cuál es tu búsqueda como artista, qué quieres conseguir? Para mí lo importante es seguir imaginando; eso me ayuda a vivir en esos dos mundos: en este y en aquél.
Ferrer, que también había notado la prisa de Sergio Elefante, levantó su vaso y propuso un brindis: ¡por no dejar de imaginar! Los tres brindaron. El artista regresó a su trabajo y ambos periodistas se quedaron solos en la mesa, contemplando los trazos que el joven artista volvía a ejecutar. Rey escupió un gruñido, retomando su personaje de editor serio. Bueno, y ¿cómo va el asunto de Melchor Peredo? Respondió Ferrer con la mejor de sus sonrisas, mezclada con un simpático cinismo. Antes te invito otra caguama, mi rey, la cuenta la pago yo.