Decir presidenta y no presidente es, pues, un acto político, de reconocimiento y civismo

El Pensadero.

Por Héctor González Amador.

Apenas recibió su constancia como Presidenta Electa, Claudia Sheinbaum se plantó clara y de frente en una cuestión muy básica pero que a muchos les provoca aún una fuerte comezón. La morenista pidió, durante su discurso, que los próximos seis años se use la palabra Presidenta, con terminación a, entre otras cosas porque lo que no se nombra no existe. Y en México las mujeres ya pueden llegar al máximo cargo político de nuestro país.

Como si estuviéramos a mitad del siglo pasado, la petición de Sheinbaum caló hondo en algunos sectores que no esperaron para ir a hacer berrinche a las redes sociales. Desde los que usan el ya maltrecho argumento del lenguaje normativo, hasta los que dicen que cambiarle la última vocal a la palabra va a provocar la perdición de México.

El primero que se tuvo que cuadrar, para no quedar fuera del gabinete, fue Gerardo Fernández Noroña, quien cambió su lenguaje apenas Claudia Sheinbaum lo pidió. Ya se le quitó lo altanero que se ponía cuando discutía con sus compañeras legisladoras del PAN como Kenia López Rabadán, a quien juraba jamás usaría la terminación en femenino. A él, por cierto, la presidenta electa ya le dejó claro su poco amor, pues al bajar del templete saludó de mano y beso a varios presentes, pero a Noroña la mano y ya. Pobre, se quedó con la cabecita inclinada esperando el beso que no va a llegar, a ver si el puesto sí.

No sabemos cuál va a ser la perspectiva que Sheimbaum aplique en sus acciones de gobierno, cuáles programas para la erradicación de la violencia contra las mujeres, cuál será el presupuesto ni cuáles los cambios radicales que impulsen a las mexicanas a un escenario de mayor igualdad y equidad. Lo que es definitivo es que empezar por el lenguaje es un buen avance, nada impide a quien habla español utilizar una terminación que representa el camino andado por muchas feministas para que hoy México tenga su primera presidenta.

El lenguaje está vivo y se transforma por sus hablantes, no es estático y los cambios sociales y culturales siempre traen modificaciones en nuestra forma de hablar. Claudia Sheinbaum fue muy clara en sus redes sociales “los próximos seis años, diremos presidenta con “A”. Porque lo que no se nombra, no existe”. Cambiar presidente por presidenta es, pues, un acto político, uno de reconocimiento y de civismo y nos debería avergonzar que sea motivo de polarización.