Por Daviel Reyes
Toda labor interpretativa es resultado de una operación social, determinada, innegablemente, por un lugar y una época. El cine no es la excepción y Huérfanos, de Guita Schyfter, resulta ejemplo perfecto. Al dar cuenta de la vida de Melchor Ocampo, célebre personaje nacional conocido por todos pero comprendido por casi nadie, la directora mexicana presenta un filme histórico profundo y analítico, en el que la Historia no es una herramienta ni una postura unilateral; no ofrece la crónica de las grandes batallas, no hay héroes, no hay villanos. Aunque en estética recuerda mucho a La antorcha encendida o Senda de gloria, lo que no es de extrañar pues cinta y telenovelas comparten uno de sus guionistas, Fausto Zerón-Medina, Huérfanos busca alejarse de esa corriente historicista y propone, en su lugar, un ejercicio de la memoria. Se trata de un recorrido por los recuerdos de un Ocampo que parece cuestionarse a sí mismo a medida que ve acercarse la muerte.
Yendo, de memoria en memora, como siguiendo las pistas, somos partícipes en dos historias. Por un lado, revisamos la participación de Ocampo en la Guerra de Reforma, las motivaciones de su radical postura contra la iglesia católica, y su papel en la redacción del documento que encumbró a Benito Juárez como uno de los más ruines mitos de la historia nacional. Por otro, conocemos la vida de un hombre complejo, contradictorio, inmoral y fascinante. Como si de una suerte de voyerismo cinematográfico se tratara, conocemos los primeros años del joven Melchor, experimentamos el conflicto de su origen y somos partícipes del drama de su amor imposible; al tiempo en que le acompañamos en su marcha al paredón. El personaje no sabe que estamos ahí, que lo estudiamos de cerca, desde la mesa de enfrente, atentos al cotilleo, revisando y evaluando sus acciones, y entonces ocurre la magia.
Para explicarnos la apuesta de la directora resulta muy pertinente reflexionar sobre la propuesta de Kracauer: entender al cine como la vivencia pura de los espectadores frente a la pantalla, un proceso dialéctico en el que la experiencia estética es capaz de generar un nuevo tipo de conocimiento-entendimiento de su realidad. Esa es, me parece, la “experiencia de la alteridad” de la que habla el autor alemán. Si pensamos la alteridad en términos hermenéuticos, podríamos definirla como diferencia, diversidad, heterogeneidad, lo distinto, o, en este caso, lo subalterno. Y es que la versión que se nos ofrece no es ni la oficial ni la heroica ni la romántica, aunque hay mucho de romanticismo en la película; se trata, según mi lectura, de una interpretación de la historia que brinda un marco de referencia moral para entender al personaje. Huérfanos resulta ser ese documento del que hablaba Rosenstone, ese que refiere, interpreta y critica la historia. Una cinta que no es únicamente el reflejo del pasado, sino historia en sí misma.
Espiando en las memorias de Ocampo podemos re-construir nuestra propia versión de acontecimientos que teníamos en el horizonte histórico, que nos contaron en la primaria pero que no nos sabían a nada. Presenta una versión viva, en color, imperfecta, de un personaje del que el saber histórico ya nos había hablado pero que no entendíamos. No pretende, y una vez más he de estar de acuerdo con Rosenstone, reemplazar ni complementar a la historia sino colindar con ella, dejándole al espectador la tarea de, si así lo desea, dar sentido a su pasado desde la relevancia, la urgencia, del presente.