La crisis de los narcocorridos y porqué no se van a acabar en México

Por Héctor G. Amador

Una de las herramientas de comunicación que más se ha sofisticado en el último siglo es la propaganda, hemos llegado a límites que quizá fueron temidos cuando se popularizó, en el periodo de las Guerras Mundiales. Es, tal vez, uno de los inventos más peligrosos de todos los tiempos, altera consciencias, cambia dinámicas sociales, rompe paradigmas y moviliza, en cualquier sentido.

Históricamente hemos utilizado la propaganda para ganar popularidad, para esparcir mensajes – cuales sean – para promover hábitos, para aventajar en conflictos, para convencer. La buena propaganda, debe además, ser casi imperceptible: hacer creer al converso que se convenció solo por su buen juicio y por estar bien informado.

Una de las primeras referencias formales al término proviene de la iglesia católica. En 1622 el Papa Gregorio XV fundó la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, en ese entonces buscaba combatir las ideas protestantes que podían crecer y representar un riesgo para la doctrina romana. Pero a la vez, le aseguraría a Gregorio su inscripción en la historia, su legado. He aquí otra tentación de la propaganda, la de la trascendencia.

Luego los regímenes totalitarios del siglo XX la moldearon, la perfeccionaron y la convirtieron en un poderosísimo imán de popularidad, que servía lo mismo para promover posturas ideológicas que para engrosar sus ejércitos y asegurarse de dominar.

La propaganda buscará, pues, naturalizar formas de pensamiento, de vida, conductas. Ha provocado la caída de los más grandes gobiernos de la historia, y ha colocado otros que se arraigan con la fuerza de todo un rebaño encegecido. Cuando la propaganda logra este efecto es casi imposible cambiar el rumbo, se requieren relevos generacionales tales, que podría simplemente nunca suceder. Ahí están los casos de Cuba, Venezuela y México, repitiendo siempre procesos cíclicos que podemos verificar con un clavado en los titulares de nuestros periódicos.

Justamente en México atravesamos una coyuntura de esas que nos ponen a prueba a los que defendemos la libre expresión, a los que no creemos en la censura. Estamos ante un panorama insólito, porque cuando creíamos que Morena había rediseñado la más delicada forma de propaganda, desde el centro de la narrativa popular surge la crisis de los narcocorridos. Brava, esta forma de contarnos nuestra historia no parece ceder ante la descafeinada estrategia de la presidenta Claudia Sheinbaum «México Canta».

¿Qué canta México, presidenta?, ¿qué historias nos contamos?, ¿y al mundo, qué letras exportamos hoy?

El México del 2025, el del humanismo mexicano y el bienestar tiene otra cara, que surge no de las estructuras políticas de Morena, del PAN o del fosfo fosfo, sino que nacen del pueblo de México, del México profundo que ante la pobreza, la falta de oportunidades y el rezago educativo, ve en los narcocorridos el sueño prometido, la vida que, con total certeza y por otras vías, jamás tendrán en este país que canta, que siempre ha cantado.

Así Agustín Lara le cantaba a María, Pepe el Toro a la chorreada y hoy, Los Alegres del Barranco a El Mencho. México canta, pero más que cantar México dice cosas, las que no se pueden gritar en los mítines políticos, las que no se escriben en los libros de texto gratuitos de la nueva ni de la vieja escuela mexicanas que tanto le deben a este país. México siempre habla como puede e invariablemente lo hace desde la herida, la del desamor, la del pobre que apenas sueña con una vida mejor o la de aquel héroe que se logró chingar al que nos chinga a todos.

Desde el legislativo varios diputados de distintos partidos están tratando de impulsar una prohibición a los narcocorridos, están muy asustados – como Gregorio XV – porque las canciones que se promueven hoy cuentan historias de escándalo. Para los diputados que nos tocó vivir las letras de Los Alegres del Barranco, Peso Pluma o Nathanael Cano son tan peligrosas que están poniendo en riesgo la seguridad de México.

El narco en México ha ocupado los titulares de la prensa por lo menos los últimos 40 años, con fotografías sangrientas e historias que los periodistas valientes han contado aún a costa de sus vidas. Desde entonces los grupos de la delincuencia han entendido que necesitan el favor del pueblo, ya no basta el silencio cómplice que nace del miedo, sino que además se necesita del apoyo social, sobre todo en periodos como este, en que bajo la presión del Gobierno de Estados Unidos se tiene que demostrar que se combate al crimen. Y porque al haber caído el gato, los ratones quieren fiesta.

También preocuparon Una Camioneta Gris, El Zorro de Ojinaga o El Gato Félix que Los Tigres del Norte lanzaron desde finales de los 80 y que encarnaron los hermanos Almada. Censura que por su propio efecto provocó que toda una generación cantara, financiara y aplaudiera el ascenso del grupo popular más exportado de México al mundo, con mensajes propagandísticos que hicieron de nuestra sociedad una que se entiende hoy desde la narcocultura, esa que hasta nos hizo pensar en el nuevo star system del cine nacional.

En el Legislativo no están preocupados por el reclutamiento, por las desapariciones forzadas ni por el crecimiento de los grupos delincuenciales del país, están preocupados porque se nota demasiado, a México se le nota hoy más que nunca que esa forma de vida se naturalizó porque se ha alimentado en lo social, económico y político desde hace más de cuatro décadas. En este país donde lo importante es lo que se ve y no lo que se hace, cantar es casi un peligro de guerra.

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