Cocodrilo Astronauta por Daviel Reyes
Era 21 de marzo, equinoccio de primavera, y Xalapa estaba siendo Xalapa: frío todo el día, mal tiempo, neblina y llovizna. Parecía que la ciudad de las flores se burlaba de sus habitantes que esperaban con ansias el regreso del sol. Fue un domingo aburrido, como todos los domingos, comió poco y procuró evitar el alcohol. Estuvo todo el día leyendo Falcó, de Arturo Pérez-Reverte y bebiendo mucho café. Pasaban de las ocho de la noche y estaba tirado en el sofá de su biblioteca, dormitando con el libro en la barriga, cuando sonó su celular. Pensó no contestar pero le sorprendió que alguien llamara a esa hora, era Rey, su editor. No estoy para nadie, le dijo antes de que el otro pudiera siquiera saludarlo. ¿Estás crudo? La voz del otro lado de la línea parecía bromear con cierta cautela. Estoy leyendo, Lucio Ferrer se hizo el ofendido, ¿por qué me molestas en mi día libre? Los periodistas no tienen días libres, papito, necesito que cubras un evento esta noche. Yo no cubro eventos, Rey, no soy reportero, Ferrer se hacía el digno aunque sabía que no estaba en posición de negarse; recién había regresado al periódico, retomando su vieja columna y esa labor obstinada y casi obsoleta de contratar historias. Es algo que seguro te va a interesar, su amigo fingía negociar, era un diálogo común entre ellos. Rey era el editor de uno de los dos periódicos impresos que quedaban en la capital del estado y Lucio Ferrer era de los pocos periodistas que seguían escribiendo crónica. El de ellos era como un matrimonio sustentado en la conveniencia literaria, el respeto mutuo y, sobre todo, una amistad de más de una década. A ver, convénceme, blofeó el periodista cultural. ¿Te acuerdas que hace unos días repintaron el viaducto y borraron las pintas de la marcha del 8M? Sí, vivo en el centro. Pues hoy comenzarán a trazar un nuevo mural, este tendrá una temática feminista, estará a cargo de alumnas de la Facultad de Artes de la UV y urge que te vayas para allá. Efectivamente, Lucio Ferrer no pudo negarse. Te podrás robar mis días, le dijo a la ciudad, mis noches no.
La figura de una joven alta, delgada, solitaria, en contra luz frente a la entrada del viaducto de la ciudad se le antojó más inexpugnable que el mar. Era la primera de ellas y, mientras esperaba a sus compañeras, contemplaba el enorme lienzo blanco de concreto que se alzaba desafiante y estoico frente a ella. A un costado de la entrada de servicio de la Pinacoteca Diego Rivera, una patrulla de la policía municipal hacía guardia y bañaba el lugar con luces azules y rojas. Esperó Ferrer sentado en la jardinera del enorme árbol que provee sombra al inicio del corredor cultural Carlos Fuentes; meditando cuál sería la mejor manera de aproximarse al grupo de jóvenes artistas que comenzaba a formarse. Entusiastas todas, listas todas para una noche que, aunque sería larga, también parecía ser histórica. Varios automóviles llegaron cargados con pintura, cajas de cartón, extensiones, overoles, pinceles y, sobre todo, la voluntariosa promesa de apropiarse del espacio público xalapeño. Un espacio que, generalmente, es hostil para las mujeres.
Yadira Hidalgo, Directora del Instituto Municipal de la Mujer hizo presencia unos minutos más tarde y corrió hacia las jóvenes que ya habían comenzado a conectar las extensiones que alimentarían el proyector que fijaría el boceto en la pared. Las abrazó a todas, fue un gesto festivo, honesto, libre de toda pretensión política; les habló de forma íntima, mirándolas a los ojos, mostrándose orgullosa de ellas. Juntas formaron un círculo al rededor de una pequeña vela que encendieron y colocaron en el piso. Tomadas de las manos elevaron una plegaria, aplaudieron, se abrazaron, gritaron con todas sus fuerzas. Era un clamor único, extraordinario, que las excedía, que incluía a todas las mujeres de Xalapa, de Veracruz, de México, de Latinoamérica.
Miraba Ferrer desde una respetuosa distancia, apreciando absorto la solemnidad del ritual, aguardando a que terminaran. Una vez disperso el grupo se acercó a algunas de las jóvenes que comenzaban, afanosas, sus tareas. Pidió permiso de tomar algunas fotografías y, de paso, conversó un poco con ellas. Resultó que, tal como se lo había anticipado Rey, todas eran estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad Veracruzana; a excepción de Sofía Perusquia, joven y talentosísima artista independiente aún preparatoriana y que junto con María Teresa, Oriana Ávila, Teresa Miranda, Andrea Lira e Ivania Smith, integrantes todas de la colectiva Feministas Unidas, son las encargadas de dar vida al mural Históricas.
Le contaron también que la idea es muy simple: visibilizar y homenajear a las mujeres mexicanas que han tenido un impacto en la historia de nuestro país pero que han sido relegadas y olvidadas. Que también hay un espacio dedicado a las mujeres de la vida cotidiana, esas cuyos nombres no se conocen y que viven y vivieron en el total anonimato. Le aseguraron que mural ocupará ambas paredes del viaducto en toda su extensión e incluirá un árbol de la memoria y un código QR, que brindará información adicional sobre el proyecto. Para no generar un problema vial, las chicas trabajarán de nueve de la noche a cuatro de la mañana y les tomará aproximadamente un mes concluir la obra de arte. Se trata de una iniciativa completamente independiente y la realizan de manera gratuita. Es un aporte, le dijo orgullosa una de ellas, no solo al movimiento, sino a toda la sociedad de Xalapa, incluyendo a los hombres.
Agradeció Ferrer los minutos de charla y se retiró con el mismo bajo perfil con el que llegó. Permaneció unos instantes observándolas a lo lejos, desde la entrada del túnel. Eran las once de la noche y las chicas tenían toda la madrugada por delante. Se sintió contento, esperanzado incluso, de ver cómo la capital del estado poco a poco recobraba su aire cultural. De haber presenciado el regreso del muralismo comprometido a la ciudad, ese que se complementa el espacio público y procura, antes que las formas, una carga discursiva profunda. El frío de la llovizna le golpeó la cara y lo sacó de sus cavilaciones. Subió el cierre de su chaleco y caminó hacia su casa en medio de la neblina que inundaba el centro. Qué bonito, pensó: Xalapa siendo Xalapa.